30 June, 2010

Yo quiero ser mis personajes.

-Basta. Me cansé, creo que voy a terminar con esto.

Se paró, se sirvió un delicioso cóctel de drogas y alcohol, y lentamente empezó a ingerirlas. Rivotril, bien; Valium, mejor; Diclofenac, para más tarde. Un sorbito de vodka, otro sorbito, fondo blanco de un vaso interminable que suponía ahogar penas, rencores, culpas y dolores.

-No tengo la culpa de que no sepan esconder bien las cosas en esta casa, la gente conocida suele ser tan obvia... Hablaba con su reflejo mientras se maquillaba, mientras se daba el toque final.

Caminó despacio, se movía alrededor de la habitación como un fantasma de humo eterno. El sillón frente a la ventana, de espaldas a la puerta; la habitación se llenaba del humo de los leños ardientes, de sus cigarrillos sin terminar. Ella se paseaba, jugaba con la punta de su vestido rojo, como si esperase a alguien. Se acercó al sillón, alucinógena y peligrosa, comenzó a bailar alrededor del sillón, sedujo al armazón de tela, madera y gomaespuma como si fuese un amante dispuesto a morir.
Echó su cabeza hacia atrás, miró el techo y comenzó a reir: gozaba con esto, con su propia autodestrucción. Se sentó, ya mareada, consumió dos Rivotriles, dos Valium más, y tomó lo que quedaba de la botella.

-Si esto no me mata, tal vez me haga más fuerte. Golpes en la puerta de cedro, más golpes. Pero ella no escuchaba, sólo se reía, sólo lloraba, sólo temblaba.

-No se preocupen, ¡voy a estar mejor! Las risas continuaban, los golpes no paraban. Gritos, más gritos, golpes más fuertes. Pero ella se reía, ella seguía siendo ella: despreocupada, egoísta y ella misma.

-¡Abrinos! ¡Dejanos entrar! ¡Abrí la putísima puerta, pendeja! ¡¡Abrí...!!

Y ella abrió, toda lágrimas negras y gotas sangrientas, drogada y borracha, feliz y un desastre. Colapsó a sus pies con dos blisters vacios en la mano derecha, con una botella de Smirnoff en la mano izquierda, con una sonrisa perenne en la cara. Colapsó. Lo último que vio fue bocas abriéndose en gestos de horror, gritos en mute, corridas sin rumbo fijo, teléfonos en la oreja. Vio todo, escuchaba nada, escuchaba todo, veía nada.

Sobre el sillón encontraron una navaja vieja y oxidada, 3 atados de cigarrillos vacíos, los dos ceniceros repletos de colillas, y un escrito:

A quien corresponda: si hice esto es porque me cansé de ser siempre la misma, porque me cansé de no dar nada y pedir todo. Porque no soy una buena hija, una buena hermana, una buena amiga, una buena pareja, siquiera una buena alumna. Porque todo lo que siempre quise es tener las cosas cuando yo las quiero, no cuando me las puedan dar. Y porque sé que no pueden cumplirme esto, me voy, los dejo tranquilos...

El resto no se leía, las lágrimas ácidas y la sangre tan dulce corroyeron la tinta, manchando la hoja de rojo y negro. Él leía la carta como si fuese un texto muy complicado de entender, como si fuesen apuntes de un examen que tenía que dar al día siguiente. Miró hacia atrás, ella ya no estaba, se la habían llevado.

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