08 May, 2010

el mejor escrito de mi patética existencia.

Subió las escaleras con toda su conciencia a cuestas. No le pesaba nada, pero estaba pesada, cansada.
-Quiero una vida normal- pensaba para sí misma. -Quiero una carrera normal, padres normales, alguien que me respete, alguien que me ayude-
Se tocó los labios lastimados. El frío hacía estragos en su cara, la deformaba, la trastornaba. Sonrió, apenas, al mirar la tarde hacia atrás: amigos, alcohol, besos a escondidas del mundo, caricias a la vista de las sombras.
Empezó a pensar: se sentó en su cama, en su cuarto, en su casa, en su vida distópica, y pensó... Pensó mucho tiempo, pensó en lo mal que se sentía (no todos los días te deja alguien que te ama), pensó en sus amigos y sus consejos, pensó en su... ¿Ex pareja? ¿Relación quiebre? ¿Y por qué quiebre? ¿Cuántos milímetros faltaban para que la madera de algarrobo se rompa?

Expatriada de su propia vida, de su alma, de su cuerpo y de sus sentimientos. No podía sentir nada: amor, odio, tristeza, sueños, esperanza. Se levantó, se sacó la remera, las botas... Siguió con sus medias, su pantalón, su corpiño, su culotte.
Se masturbó frente al espejo repetidas veces, y cuando acabó, sonrió: recordó todas las veces que le hicieron el amor, como sin siquiera ya sentir afecto aún podía seguir adelante.
Inspiró profundo y murmuró: -Las putas también nos enamoramos.